Martin Scorsese es pasión por el cine. Por rodarlo, por devorarlo y por preservarlo.
Autor de Taxi Driver, La Última Tentación de Cristo o Los Infiltrados el neoyorquino de origen siciliano es también el cineasta que descubrió a Robert de Niro y sublimó aLeonardo DiCaprio.
Pero ante todo Scorsese es un cinéfilo incorregible que con solo 11 años escribió su primer guión, para el que esperaba contar con estrellas como Marlon Brando y Burt Lancaster, como atestigua la minuciosa retrospectiva que hasta el próximo 14 de febrero le brinda la Cinemateca de París, que preside el laureado director Costa-Gavras.
El pequeño Marty empezó a acariciar ese desmesurado amor por el séptimo arte a través de la televisión en blanco y negro de su casa familiar de Little Italy, el barrio italiano de Nueva York donde se crió entre un imaginario de reliquias católicas y salsa boloñesa.
El asma privó al frágil chico de pelo negrísimo de corretear por esas calles que magistralmente llevó después al cine en cintas como Mean Streets o Buenos Muchachos, donde imperaban los estrictos códigos de conducta de las mafias italoamericanas y los matones de barrio.
Y su “mamma italiana”, de nombre Catherine y omnipresente en su filmografía, le convirtió por ello en un asiduo a la quietud de las salas de cine, lo que favoreció que, tras haber amagado con meterse a cura, terminara estudiando cinematografía en la Universidad de Nueva York.
La exposición de la Cinemateca de París termina con un área dedicada a la música pues, además de cinéfilo, el neoyorquino es profundamente melómano. Esta pasión le llevó a rodar el vídeo de Bad para Michael Jackson, el documental No Direction Home: Bob Dylan y Shine a Light, la grabación en directo de un concierto que el grupo The Rolling Stones ofreció, cómo no, en el Nueva York interminable de Martin Scorsese.