El coronavirus, que inicialmente causó estragos en la población de edad avanzada, empieza a ensañarse con los más jóvenes.
En la colmada unidad de cuidados intensivos (UCI) del hospital Emilio Ribas, de San Pablo, el doctor Jaques Sztajnbok lidera la junta médica de la mañana. En la sala hay una mujer de 53 años y un hombre de 56, ambos intubados. A pocos metros, un muchacho se retuerce y mira desorientado, aunque respira por sí mismo. Tiene 26 años.
“Estamos viendo una prevalencia de pacientes más jóvenes, sin comorbilidades, internados con cuadros muy graves”, dice Sztajnbok, supervisor de la unidad. “Parece una situación frecuente en todas las UCI de Brasil”, agrega el médico de 55 años
Esa parece ser la principal diferencia de esta segunda ola de una pandemia que desde febrero de 2020 ya ha dejado más de 300 mil muertos y contagiado a casi 12 millones de personas, unos balances superados solo por Estados Unidos a nivel mundial.
Las muertes de brasileños de 30 a 59 años empezaron a aumentar en diciembre y en casi tres meses pasaron de 20% a casi 27% del total.
Por su parte, los decesos de los mayores de 60 años, que a fines de 2020 rondaban el 78%, en marzo han caído a 71%, según datos del ministerio de Salud.
“La mitad de los pacientes internados en nuestras enfermerías tiene menos de 60 años”, apunta Luiz Carlos Pereira Junior, director del Emilio Ribas. Hace un año eran un 35%
Variante de Manaos
La variante P1, detectada a fines del año pasado, es señalada por algunos médicos como responsable del cambio demográfico, aunque todavía no hay estudios claros al respecto.
“Es posible que estas nuevas variantes sean más letales, pero no tenemos datos científicos que lo confirmen”, afirmó Jesem Orellana, epidemiólogo brasileño, a la cadena CNN. “Pero lo que sí sabemos es que la variante P.1 es más transmisible y eso juega un papel importante en esta segunda ola”.