La revista Forbes les sitúa en su top quince de artistas mejor pagados y el ensayista George Packer señala al rapero como símbolo de la comercialización de la vida comunitaria en Estados Unidos.
Las cifras son difíciles de imaginar. El año pasado, Jay-Z ingresó cincuenta y seis millones de dólares y su esposa Beyoncé más de cincuenta y cuatro. Ocupan, respectivamente, el puesto trece y catorce los músicos mejor pagados del planeta. Más allá de estas cantidades, lo que impresiona son los ingresos habituales “de siempre” para la pareja, hasta el punto de que su patrimonio combinado ronda ya los mil millones de dólares. ¿Cómo han conseguido alcanzar este Everest financiero? Pues, sobre todo, expandiendo sus negocios mucho más allá de la música. Casi todas las aventuras donde se han embarcado han sido un éxito, pero tampoco faltan algunos fracasos sonados, desde la mediocridad de los Brooklyn Nets (equipo de la NBA donde invirtió Jay) hasta el servicio de streaming Tidal, presunta competencia de Spotify que no acaba de despegar.
Beyoncé y Jay-Z se conocieron a finales de los años noventa, cuando él tenía veintinueve años y ella dieciocho. Comenzaron a quedar poco después, manteniendo la máxima discreción. Su política con los medios siempre ha sido el hermetismo: se casaron en 2008 en una ceremonia ultrasecreta y no circularon las fotos del enlace hasta 2014. Colaboraron en canciones de éxito global como ‘Bonnie & Clyde’ y la arrolladora ‘Crazy in Love’, la pieza más radiada en el planeta durante 2003. El mayor éxito de sus proyectos conjuntos fue la gira ‘On The Run’ en 2014, por la cobraban cuatro millones de dólares cada noche. La facturación en taquilla superó los cien millones. El tour fue un gran éxito comercial, pero también despertó las suspicacias de las críticas culturales feministas. “Está bien que ambos compartan gira en pie de igualdad, pero resulta revelador que Beyoncé nunca actúe con frac ni Jay-Z en ropa interior”, ironizaban.