Artcor, ubicado en Chisináu, la capital de Moldavia, reúne a la comunidad creativa de este país y, desde que estalló la guerra en Ucrania, también se ha convertido en un espacio de coworking para los refugiados ucranianos.
Desde el inicio del conflicto, este lugar también es algo parecido a un refugio para Natalia Kovríguina. Natural de Odesa, esta ucraniana de 39 años tardó 17 horas en cruzar la frontera de Ucrania a Moldavia el pasado 26 de febrero. Vino con su marido, su hermana mayor y sus dos hijos de 8 y 10 años. Natalia es freelance y trabaja como copywriter para varias empresas, su marido es director de marketing. Su hermana está en una empresa tecnológica de atención al cliente. Los tres han empezado aquí su vida de nuevo y trabajan todos los días en este espacio de coworking.
“La guerra no significa que no hay que trabajar, el negocio es el fundamento para la economía. La guerra es cara y necesitamos dinero”, explica Natalia .
En su caso, las empresas para las que trabajan siguen funcionando. Su futuro es incierto, pero tienen capacidad de seguir teniendo una actividad económica en medio de la guerra que ha provocado que 3 millones de personas tengan que abandonar su país.
Moldavia ha sido el país de acogida para esta familia de Odesa y las iniciativas como el coworking de Artcor les hacen sentirse acogidos. Pero, de todas formas, no dejan de esperar que esta guerra acabe pronto para que puedan volver a sus casas.
Viorica Cerbusca Directora de Artcor, está muy satisfecha con la acogida de su espacio de trabajo compartido para las personas recién llegadas de Ucrania pero tiene otros muchos proyectos en mente. Está convencida de que la tecnología puede ser un gran aliado para los refugiados, sobre todo en lo que respecta a su actividad económica. Una de sus iniciativas es la creación de un bot de Telegram que pueda conectar a los refugiados que están en un mismo lugar.