Adele está de vuelta y vuelve rompiendo corazones con su tercer álbum y una próxima gira mundial.
El escenario se desarrolla en una mañana de invierno cubierto de rocío y con una luz natural, como locación se tiene a un castillo en el que Annie Leibovitz ha decidido fotografiar Adele Laurie Blue Adkins como damisela.
“Han pasado seis años!”, exclama Adele, que fue la última fotografiada por Leibovitz para la revista Vogue en 2009 , con su álbum 19 , en ” mi habitación de hotel sucia en Los Ángeles con mi novio boxeador alrededor! “, así lo recuerda ella.
A pesar de que ella tiene una niñera, Adele es una excepcional madre. Aún teniendo una semana agitada, con apariciones en Italia y Alemania, igual siempre se consigue un vuelo de día para que pueda poner a su hijo Angelo en la cama por la noche, y se mantiene en constante contacto con él a través de FaceTime al no estar presente. Sin embargo, admite, “Todo sobre mi sentir bien conmigo mismo se reduce en Angelo” también admite “Voy a hacer su habitación un santuario cuando se vaya a la universidad”.
Admite la artista” Siempre voy a estar nerviosa, preocupándome de si soy lo suficientemente buena”.
La cantante confiesa que varias veces se ha resistido a las plataformas contemporáneas que la mayoría de los artistas de su generación en uso se comunican con su público. “Ha habido momentos en los últimos tres años cuando quería llegar a ser bastante agresiva en las redes sociales”, confiesa.
Para lograr la transformación de la cantante se produce un proceso de dos horas y media, en la que Adele se duerme varias veces. “Es un verdadero placer como una hora”, admite,” Pestañas falsas siguen siendo una parte integral de su mirada”.
Ella confiesa a la revista Vogue que “Siempre que me olvido de mis letras”, explica. Y, en el momento justo, 45 minutos antes de Adele se sube al escenario, con muchos nervios y ahí comienza a surtir efecto. La cantante invita a todos a abandonar su camarín, y el pasillo fuera tiembla con sus ejercicios vocales.