“Si estás leyendo esto, probablemente ya han pasado varios años desde que lo redacté. Debes ser un joven maduro, fuerte y lleno de vida, como yo en este momento. Probablemente te guste el fútbol y lo juegues con tus amigos del vecindario, todos los días durante la tarde. A lo mejor tengas una novia, a la cual proteges mucho. Igual que a tu madre. Te escribo esto un martes, el día que murió tu padre: Marcos Danilo Padilha, portero de Chapecoense.

La razón por la que te escribo esta carta es para hablarte de tu padre. No fui su mayor fan. Infortunadamente, tu viejo no llegó a la élite del fútbol mundial. No era muy conocido, no tenía yates de lujo, ni tenía a cincuenta patrocinadores ofreciéndole millones. No jugó ningún Mundial, ni tampoco jugó la Champions, pero no me malinterpretes. Él no es uno más, es un campeón, una leyenda; igual que sus otros dieciocho compañeros que acaban de fallecer. Chapecoense es un equipo humilde, no le sobra nada. No es conocido como uno de “los grandes” de Brasil, como sí lo son Gremio, Santos o Flamengo. No tiene mucho que mostrar en sus vitrinas. Tu padre, por su parte, jugó casi toda su vida en el fútbol amateur. En equipos con nombres impronunciables. Aun así ¿puedes creer que ahora son campeones de la Copa Sudamericana?

De seguro ya sabrás la historia y en tu interior pensarás: “les regalaron el título, porque todo el equipo se mató en un accidente aéreo”. No, pequeño, no. Esa es la historia que te contarán los envidiosos, los fracasados, esos que ven con envidia como los otros logran sus sueños. Aunque suene raro, tu padre y sus amigos ganaron esa copa en el campo. Se mataron por conseguirla. Seguramente ya habrás leído cientos de veces la Wikipedia (o la página informativa del momento), y habrás visto que Chape llegó a la final eliminando a colosos, como Independiente, Junior y San Lorenzo. Pero detrás de todo eso hay más, mucho más. Una historia enorme con la que podría escribirse una novela, o hacerse una película.

Una historia en la que están un técnico que se aburrió de ganar dinero, en el golfo arábigo, y regresó a Sudamérica para poner a un equipo pobre en las portadas de los diarios de todo Brasil. Una en la que participa un moreno que brincó como loco de alegría al saber que era padre, poco antes de morir. Una de un equipo, que en siete años, ascendió tres veces, se volvió el amor de un continente y sacó la cara por Brasil, cuando “los grandes” no pudieron. Una de un portero alto y flaco, que después de haberse vestido de héroe en una tanda de penales, y haber sacado una pelota venenosa con el pie, al minuto 94, le dio el pase a la final a su club, en un torneo continental.

Han pasado más de doce horas desde el accidente, los medios más prestigiosos del mundo no paran de hablar de ello. El Barcelona y el Real Madrid han realizado minutos de silencio, antes de entrenar. Los jugadores del momento han lanzado comunicados lamentándose. Todos los focos del mundo del fútbol están encima de tu padre y su equipo. Es triste que la razón por la que lo estén sea tan trágica, ¿verdad?

Pues sí, lo es. Pero de lo que mucha gente no se da cuenta es que, por esa tragedia, el planeta entero empezó a valorar el trabajo de años y años que llevó al Chape a donde llegó. Todos estaban ocupados hablando del milagro de Leicester, o la hazaña de Islandia. Pero nadie miraba a los de verde. A esos que en su momento tuvieron el día más feliz de su vida, y una semana más tarde, el peor de su historia. De seguro ya sabes que tu padre falleció camino al hospital. Quizás si el avión no hubiese chocado en una zona tan inaccesible, o si la ambulancia hubiese tardado un poco menos en llegar, estarías con él. Y yo no estaría escribiendo esto.

Si te preguntas cómo supe de tu existencia, fue porque vi una foto tuya circulando por Internet, junto a tu padre. Te veías sonriente, mientras él te enseñaba a jugar con un balón que te llegaba a las rodillas, ¿cómo le explicas a un niño que nunca más verá a su padre, porque murió buscando un sueño?

Ya debes ser un hombre maduro, de seguro hace mucho que entendiste y asimilaste lo sucedido. Bien por ti. Pero hoy eres muy pequeño, no entiendes nada de lo que pasa. Esta carta es solo para aclararte las dudas que puedan quedarte. Tu padre fue un grande, sin ser nadie. Su equipo fue y será un campeón recordado eternamente, sin siquiera haberse presentado a jugar. Porque eso sucede cuando se mezclan el fútbol y el destino, forman un caldo amargo y dulce a la vez, un caldo incomprensible. Tu padre no ha muerto, por el hecho de que tú estás vivo. Eres la extensión de él en este mundo, así que debes perpetuar ese espíritu humilde y ganador con el que Danilo, sus compañeros y miles de hinchas, transformaron una bola de barro en una de oro. Una bola que quedará en las memorias de este continente, y el mundo, para siempre.”

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